Recibir un trasplante es renacer
José Ignacio Arizala y Ander Miranda se conocieron ayer en el Hospital Universitario Donostia (HUD).
– ¿Tú eres el que lleva 21 trasplantado? ¡Qué envidia!
– Sí, entonces tenía 37 años.
– A mí me trasplantaron mientras lanzaban el chupinazo de San Fermín hace dos años. De las presentaciones se ocupan Kolde Narvalaz y Maider Amenabar, psicóloga y trabajadora social de Alcer-Gipuzkoa, la Asociación de Enfermos Renales que atiende no solo a los pacientes, sino también a sus familiares. También se ocupan del registro de donantes guipuzcoanos y de la labor de sensibilización social a favor de la donación, más que efectiva a tenor de las cifras que atesora Gipuzkoa. «En los últimos diez años, el Hospital Universitario Donostia es el de subtipo II ( con servicio de neurocirugía y sin programa de trasplante, ya que se realizan en Cruces o en Valdecilla) que más actividad tiene del Estado, que es el país de mundo con más donantes», destaca Joseba Aranzabal, coordinador desde 1986, cuando se puso en marcha, del programa de trasplantes de Euskadi, que luego replicaron el resto de comunidades.
Hace un par de años que el HUD superó el hito de 550 donantes de órganos, lo que permitió acceder al trasplante a más de 1.600 pacientes. Cifras ya superadas gracias en buena parte a la labor de Lucía Elósegui y su equipo de coordinación de trasplantes del centro guipuzcoano. DV ha reunido, con motivo del Día Nacional del Trasplante que se conmemora hoy, a algunos de los principales eslabones de una cadena que permite salvar vidas. Gracia a ellos y a todos los profesionales que representan José Ignacio y Ander celebran dos cumpleaños: el del día en el que nacieron y el que fueron trasplantados. «Recibir el trasplante es como renacer», coinciden.
A la quinta llamada
En el caso de José Ignacio sucedió el 29 de noviembre de 1993. Como ya había vuelto de vacío del Hospital de Cruces cuatro veces, aquel día no se hizo muchas ilusiones. «Gracias a mi mujer, que tanto me ha ayudado siempre y que me iba repitiendo en el coche: ‘Piensa que no es para ti, piensa que no es para ti’». Porque por cada riñón se llama a dos pacientes y se trasplanta al más idóneo. Tras cuatro decepciones, a la quinta le tocó y la vida de José Ignacio dio «un cambio radical. Lo que pasa es que nunca saber lo que va durar». A él, de momento, 21 años.
José Ignacio dirigía una oficina bancaria y competía en la segunda división de voleibol cuando las analíticas empezaron a arrojar resultados sospechosos. Antes de lo esperado, la enfermedad renal le llevó a la primera sesión de diálisis. «Era un 5 de enero y vinieron los Reyes Magos». Una imagen imborrable para un padre que entonces criaba a dos niños de 3 y 7 años.
José Ignacio, que en la actualidad tiene 58, se dializó durante 3 años, casi siempre en casa. Siguió trabajando mientras esperaba la ansiada llamada. «Entones no había móviles y tenías que estar pendiente. En dos ocasiones me tuvo que localizar la Ertzaintza». A la quinta le dijeron que sí, que ese riñón era para él. Y su vida cambió. «Ahora es completamente normal». Ya no hay restricciones para beber siquiera agua, algo vetado antes, o comer una ensalada. José Ignacio rememora aquellos días tras el trasplante en Cruces, «el bacalao con tomate que me ofrecieron». También se acuerda de un momento en el que se quedó solo en lahabitación. «Y pensé: ‘Yo estoy tan
bien y alguien ha muerto’».
Ander tuvo un sentimiento similar en las Navidades tras un trasplante «que supone renacer». Lo pasó «fatal» en aquellas fechas señaladas.
«Nosotros estábamos de celebración, yo estaba bien, muy bien, y pensaba en aquella familia que estaría tan jodida». La de la persona que posibilitó que hace dos años le hicieran un trasplante doble de riñón-páncreas en el Clinic de Barcelona. Ander es diabético desde los 11 años, lo que en 2008 le hizo perder la vista. También derivó en una nefropatía diabética, que le obligó a someterse a hemodiálisis durante tres años, «tres días a la semana, cuatro horas cada sesión». Una experiencia «dura» hasta para el más animoso, como él. «La diálisis te barre todo. Iba con el azúcar alto y salía por los suelos». Estuvo dos años en lista de espera.
Tras un intento fallido en mayo, el 6 de julio del 2013 entró en quirófano. Una infección hospitalaria le mantuvo ingresado 4 meses, pero el trasplante funcionó. Cambió «totalmente» la vida de Ander, que va a cumplir 35 años. «Pasé de pincharme insulina a no pincharme, a no tener bajones de azúcar, a comer con más libertad, siempre cuidándome algo. Renalmente no orinaba nada, y orinar es una sensación increíble. La gente no sabe lo que es tener ganas de orinar y no hacer nada», cuenta, mientras muestras un brazo, con cicatrices e hinchazón, que le recuerda a todas las personas que se tienen que dializar. El año pasado Alcer atendió en Gipuzkoa a 349 pacientes en diálisis y 136 en prediálisis.
Algunos de ellos serán trasplantados gracias a la donación. «Porque sin donantes no hay trasplantes», recuerda Kolde Narvalaz. Alcer y el programa de Osakidetza de trasplantes llevan varias décadas colaborando para «hacer concienciación social continuada. Desde el principio teníamos claro que no íbamos a hacer campañas publicitarias de impacto puntual. No nos gustan mucho los mensajes que apelan a la afectividad, la población tiene que estar correctamente informada», dice Aranzabal. «Ha sido más un goteo, como el sirimiri, de ir transmitiendo ese información», añade Amenabar. «Siempre con el criterio de solidaridad, el altruismo y huyendo del morbo», destacan desde Alcer.
9 de cada 10 dicen sí
Testimonios como los de José Ignacio y Ander, que lejos de esconder la enfermedad han normalizado su experiencia, han favorecido las altas tasas de donación y el dato que más le gusta a Aranzabal, que en vez de hablar de negativas familiares destaca que «9 de cada 10 dicen que sí, por encima de la media estatal y europea. A finales de la década de lo 80 decían que sí entre el 6,5 y 7. Hemos avanzado muchísimo».
Un trasplante pone «a muchísima gente en movimiento». En el HUD siempre hay un coordinador de trasplantes de guardia, que trata con la familia. «Es importante que en casa se hable de donación, porque si los allegados conocen ese deseo les hace muy fácil e incluso positivo respetarlo. La gente es muy generosa», agradece Lucía Elósegui. Ademas de verbalmente, la voluntad de donar puede constar por escrito en el registro de Alcer. En Gipuzkoa se han inscrito 64.975 personas desde 1978.
Tras el visto bueno, se pone en marcha la maquinaria. «Primero se contacta con la Organización Nacional de Trasplantes, por si alguien necesita un trasplante urgente a nivel nacional. Se da prioridad a esos pacientes. En caso de que no haya, lo
normal es que nos movamos con las listas de espera de nuestro pacientes», explica Elósegui.
Los trasplantes de riñón e hígado se hacen en el Hospital de Cruces y el de corazón, pulmón y páncreas en el de Valdecilla, en Santander. Profesionales de estos centros viajan a Donostia para hacerse cargo de los órganos, que en cuestión de 12-15 horas serán trasplantados.
Y cada vez en personas más añosas. La edad del receptor sube y también la de los donantes. «En la década de los 80 la edad media estaba en 40 años y, ahora, en 62-63», cuenta el responsable del programa de trasplantes vascos, que pone de ejemplo a una señora de 85 años donó sus riñones. «Solemos hablar de edad clínica, no cronológica», añade Narvalaz. A esas edades, los órganos se analizan de forma aún más exhaustiva y, los que superen la criba, darán vida a otra persona.
Aranzabal habla de un cambio de mentalidad, «de transmitir a la población y los profesionales de que ya no existen los límites de edad» de antaño.